La caldereta de langosta constituye un suculento guiso marinero, de aprovechamiento, que los pescadores elaboraban desde tiempos ancestrales cuando este crustáceo no gozaba de la reputación actual y que tiene en la localidad de Fornells su capital pesquera y gastronómica.
Es un guiso marinero, de aprovechamiento, que los pescadores elaboraban desde tiempos ancestrales cuando este crustáceo no gozaba de la reputación actual. Su paso a las mesas de los restaurantes llegó, hace más de un siglo, de la mano de Casa Burdó, un establecimiento hoy desaparecido, que hace 120 años lo rescató, dándole fama. Hoy son raros los restaurantes de esta localidad que no las preparan, y ya no sólo aquí sino en toda la isla.
Es un plato sencillo. La base es un sofrito de tomate, ajo, cebolla y pimiento verde –común en casi todos los guisos menorquines–, al que se añade agua y, cuando hierve, la langosta viva, limpia y recién troceada. Sin duda el secreto está en el punto de cocción del animal, no muy largo, para evitar que quede seco y estropajoso. Antes de servir, ese refrito se tritura, para que quede como una crema ligera y aún ha de hervir algunos minutos antes de llegar a la mesa acompañado de pan tostado.
De todos modos, las preparaciones de la caldereta de langosta varían de unos lugares a otros: hay quien le añade una picada de ajo y perejil, quien le agrega un chorrito de cognac o vino blanco, y quienes incorporan pan rallado o un poco de harina para espesar el caldo.
Es un guiso marinero, de aprovechamiento, que los pescadores elaboraban desde tiempos ancestrales cuando este crustáceo no gozaba de la reputación actual. Su paso a las mesas de los restaurantes llegó, hace más de un siglo, de la mano de Casa Burdó, un establecimiento hoy desaparecido, que hace 120 años lo rescató, dándole fama. Hoy son raros los restaurantes de esta localidad que no las preparan, y ya no sólo aquí sino en toda la isla.
Es un plato sencillo. La base es un sofrito de tomate, ajo, cebolla y pimiento verde –común en casi todos los guisos menorquines–, al que se añade agua y, cuando hierve, la langosta viva, limpia y recién troceada. Sin duda el secreto está en el punto de cocción del animal, no muy largo, para evitar que quede seco y estropajoso. Antes de servir, ese refrito se tritura, para que quede como una crema ligera y aún ha de hervir algunos minutos antes de llegar a la mesa acompañado de pan tostado.
De todos modos, las preparaciones de la caldereta de langosta varían de unos lugares a otros: hay quien le añade una picada de ajo y perejil, quien le agrega un chorrito de cognac o vino blanco, y quienes incorporan pan rallado o un poco de harina para espesar el caldo.
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